Durante décadas, el marketing ha jugado un papel clave en moldear la forma en la que alimentamos a nuestros animales. Se nos vendió la idea de que un saco de croquetas secas, altamente procesadas y con una lista de ingredientes impronunciables, era la mejor opción para la salud de nuestras mascotas. Comodidad, precio, "nutrición completa"... un mensaje bien construido que, con el tiempo, se ha demostrado peligroso.
Muchos de esos piensos que se encuentran en las estanterías de supermercados o clínicas veterinarias están compuestos en su mayoría por subproductos animales (picos, patas, plumas, harinas cárnicas de tercera categoría), cereales como maíz o trigo en proporciones altísimas, y una mezcla de aditivos, colorantes y conservantes diseñados para aguantar años en un envase cerrado. Muy lejos de lo que un perro o un gato debería comer. El problema no es solo lo que contienen, sino lo que no contienen: carne fresca, nutrientes biodisponibles, humedad natural, variedad real. Y eso tiene consecuencias. Los efectos acumulativos del consumo de pienso a largo plazo pueden traducirse en problemas silenciosos al principio, pero graves con el tiempo:
Problemas digestivos crónicos: vómitos, diarreas, flatulencias, inflamaciones intestinales.
Enfermedades renales o hepáticas por sobrecarga de toxinas y residuos.
Alergias e intolerancias alimentarias, muchas veces provocadas por los cereales o las proteínas desnaturalizadas.
Problemas en piel y pelaje, sarro persistente y mal aliento.
Obesidad, ansiedad alimentaria y pérdida de energía generalizada.
La industria del pienso no solo ha invertido millones en fabricar productos baratos y duraderos: ha invertido aún más en hacernos creer que no existe alternativa. Campañas publicitarias omnipresentes, acuerdos con veterinarios, patrocinios en universidades y una presencia constante en medios hacen que el pienso se perciba como la "opción segura". Pero no lo es. El poder del marketing ha conseguido que dar a tu perro o gato croquetas secas repletas de cereales se vea como un acto de responsabilidad. Sin embargo, detrás de esa comodidad aparente hay consecuencias que muchas familias conocen bien: alergias, diarreas frecuentes, sarro imposible de eliminar, bajones de energía o problemas renales. Todo eso se traduce en una solución que a priori parece la mejor en calidad-precio pero que a la larga sale muy cara: visitas al veterinario, pruebas, medicaciones crónicas y, sobre todo, sufrimiento para quien más queremos.
Muchas veces lo que parece más barato en la etiqueta, acaba saliendo mucho más caro con el tiempo. No solo en dinero, también en salud, en calidad de vida y en años de bienestar que podríamos haber ganado.